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jueves, 4 de junio de 2020

Colchas de verano.

 Hasta que llegan los cuarenta grados en julio y agosto, existe un tiempo de cambio en el que la ropa gruesa empieza a molestar, pero las noches piden algún pañuelo en el cuello. Es la época a la que yo llamo "de colchas de verano". Durante el invierno, los brazos del sofá y de los sillones están ocupados por mantas pequeñas que ofrecen el resguardo ante la caída del sol. Entre mis favoritas está una colcha beige que me hizo mi Tía Carmen. 
 No me gusta ver esos sitios vacíos durante el verano, así que, cuando llega el calor, cambio esas gruesas mantas por otras más ligeras, de algodón, y habitualmente hechas de crochet. Dan un ambiente fresco sin perder el detalle del complemento. 
 Al igual que a muchas os pasa, tengo varias labores empezadas. Una de ellas es hacer pequeños cuadrados de crochet, también llamados "grannys" o "cuadrados de la abuela", a partir de ovillos de colores, para luego unirlos y confeccionar así una manta. Creo que tengo ya hechos unos ochenta. A ratitos y en cualquier sitio se pueden hacer, es una labor que ocupa poco espacio al transportarla.
 Si sois seguidores de este blog, ya habréis adivinado que no se me ha ocurrido a mí. La idea de las colchas en los brazos del sofá es una costumbre copiada de casa de mi Madre. Y el hacer las mantas con restos de telas de colores... ¡pues también lo he aprendido de ella! 
 No conozco a nadie que haga crochet con la tensión tan exacta como mi Madre, ya lo comentamos en labores de crochet. Se puede pasar horas elaborando proyectos tan complicados como jerseys y chalequillos para sus nietos. Al término de estos trabajos, han surgido pequeños ovillos de distintos colores, que ha destinado a colchas de verano. Os puedo asegurar que los niños las usan bastante. 

Vista general, donde se puede apreciar la experiencia haciendo crochet.

 

 Esquina de la 
colcha de Manu.















              
Esquina de la colcha 
de Ange.      





¿Te apetece sentarte un ratito a charlar?


viernes, 28 de abril de 2017

La máquina de hacer punto de abuela.

 De las historias que se han contado en casa, las que más me han fascinado siempre han sido las que recordaban cómo se habían hecho ciertas labores. Abuela Nati siempre estaba haciendo alguna. Nos dejó en herencia que cuando se terminaba algún trabajo había que rezar el "Bendito y Alabado". Se lo he visto hacer a mi Madre mil veces, y yo también lo hago, mientras observo mi obra con satifacción. Abuela tenía una habilidad especial para transformar telas e hilos. Le daba la vuelta a un traje de chaqueta de caballero y se hacía una chaqueta y falda para ella, con un corte que ni soñarían las modistas de la época. Y no sólo cosía, sus bordados eran dignos de museo. Obtenía las telas del lugar más insólito, como aquel mantel bordado a partir de la manga que medía el viento en el aeropuerto de Córdoba. Del dibujo a bordar se encargó Natita, convertida hoy en Tía Mari Naty. "Natita, deja ya el lápiz, que luego hay que bordarlo...". Costura, bordados, crochet, punto... Era tal la versatilidad de esta mujer adelantada a su tiempo, que no había técnica que se le resistiera. No tuvo ninguna dificultad a la hora de trabajar con una máquina de punto, ya moderna en aquel entonces. Esta joya la siguió por las distintas casas en las que vivió, para después descansar durante más de cuarenta años recogida en su maleta. Después de oir hablar tanto de ella no podía ni soñar que yo la haría viajar de nuevo a otro destino.

 Cuando Tía Pilar me la ofreció no dudé ni un momento que la quería, sin tener ni tan siquiera una imagen de lo que estaba aceptando. Al ver la maleta, me impresionó su tamaño. Más de un metro de largo por apenas veinte centímetros guardaban un trocito de historia, de nuestra historia. Nos daba miedo o respeto abrir esos pestillos, y lo hicimos lentamente. 


El interior desconcertaba. A un lado, varios tubos metálicos, piezas y accesorios se distribuían desordenados a lo largo de la maleta. Pero mi interés estaba en un trapo arrugado en un extremo y en una libreta que quedó aprisionada debajo de los tubos.


 En la otra mitad de la maleta, quedaba el verdadero instrumento con el que conseguir perfectas labores de punto, casi a la altura de las industriales. Y aún conservaba la funda de plástico original, que lo preservaba del inevitable deterioro que los años querían hacer sobre este equipo, y que sólo consiguieron actuar sobre la ahora delicada maleta.


 Tía Pilar, conocedora de lo que allí había, cogía con soltura las piezas, las mostraba y las nombraba, mientras yo buscaba ansiosa la letra de abuela en aquella estropeada libreta. 


 En estas circunstancias se hace verdad que todo depende de los ojos con los que lo miras. Mientras otro la tiraría a la basura, yo era capaz de abrazarme a aquella polvorienta maleta, con riesgo de terminar totalmente desaliñada.




 Ya no sabía a qué sentimiento escuchar cuando apareció Tía Pilar con el tan necesario libro de instrucciones, con hojas sueltas en su interior. Y en esas hojas, vuelvo a contener la respiración al recordarlo, se mezclaban la letra de abuela, de Tía Carmen, Tía Pilar... con los datos de las prendas a realizar y los nombres de mis primos mayores, incluso de mi Madre, que lucirían esas prendas. Cuántas tardes de conversación habrán escuchado esos trazos...





 Cada entrada que escribo contando las cosas de casa, recuerdo cuando empecé con este blog y Tía Mari Naty me dijo que iba a escribir la historia de la familia... ¿se puede acertar más?

 Son muchos los que me ven capaz de poner esta máquina en marcha de nuevo. Otra rubia de ojos claros pasando los peines de lado a lado. Sin duda, es un trabajo delicado que hay que estudiar con detenimiento. ¡Prometo intentarlo al menos!